sábado, 16 de mayo de 2009

LITERATURA/////EL ULTIMO DIA DE UN SUICIDA






Por Baudel Martínez Martínez.


Se levantó temprano ese día, buscó un lugar desde donde pudiera contemplar los primeros rayos del sol de su último amanecer, y melancólico paseaba su mirada de un lado a otro, triste. Se dio un baño y fue a visitar a los amigos, familiares y conocidos, quienes por cierto se sorprendieron de verlo llegar, pues nunca en la vida se frecuentaban, y más aún que llegó con toda amabilidad y hasta se ofreció a ayudar en lo que podía, pero algo en su mirada no estaba bien, había algo en su actitud que era bastante extraño, todos lo notaron, pero nadie le dijo nada.

A sus hermanos les regaló sus discos, así como así, y éstos se sorprendieron de su repentino cambio, hacía apenas unos días que persiguió por toda la casa al menor porque robó sus cigarrillos y su mejor perfume, y ahora se lo regalaba de buena manera, incluso le sonrió mientras acarició su cabeza.

Cuando vio a su madre la abrazó con toda su fuerza y la besó en la frente y le cantó su canción favorita y bailó con ella, y ella lloró sin saber porqué; de pronto pensó que Dios le había hecho el milagro de que su descarriado hijo cambiara de forma de vida, y que dejaría el vino, el cigarrillo, que se buscaría un buen trabajo y respetaría más a la gente, que pagaría sus deudas, y que se olvidaría definitivamente de esa mala mujer, que cuando se fue de su lado comenzó a morir en vida.

Todo el día hizo cosas extrañas, la sonrisa que se había extraviado en su rostro por tanto tiempo, asomó de nuevo. Saludaba a los vecinos de mano y les preguntaba por sus problemas y hasta tuvo palabras de ánimo para el vecino al que recientemente le habían detectado cáncer.

Alimentó a su perro y a los pajaritos de su mamá los dejó salir de su jaula, y mientras lo hacía se veía en su rostro una expresión de satisfacción de haber hecho lo correcto. Aseó su cuarto, lavó su ropa, se vistió con algo ligero y no se sentó a comer sino hasta que todos estuvieron juntos y para sorpresa de todos de pronto se le escuchó orando y bendiciendo los alimentos, y todos se veían extrañados, pero nadie se atrevió a murmurar siquiera nada; solo su madre notó que todo eso, en realidad era una despedida, su intuición de madre así se lo gritaba desde lo mas profundo de su corazón, pero no dijo nada por temor a quedar en ridículo delante de los demás o incluso a estar equivocada.

Por la noche, dio las buenas noches a todos, acostó a sus hermanos, los cobijó y los besó en la frente, su garganta quería explotar, pero se contuvo. Luego, entró a la recámara de su madre y platicó con ella un momento: “Te quiero mucho mamá”, dijo con la voz quebrada, y se recostó en su regazo. “¿Te sientes mal hijo, te pasa algo...?” “Nada mamá, solo que me arrepiento de todas las estupideces que he cometido en la vida, y todo lo que te he atropellado con mis cosas...”

La besó cuantas veces pudo y se fue a su cuarto, quiso hacer así las cosas para no tener que dejar una carta póstuma, para no dejar una desgracia más después de que se fuera.

Estando solo, con él mismo, se habló con crudeza:

“Nunca hice nada importante con mi tiempo, no supe formar una familia ni relacionarme con las personas; no fui a ninguna parte que valiera la pena ni mis ojos vieron nunca la luz del triunfo personal, ni siquiera fui un buen hermano o hijo; siempre que intentaba algo había alguien que trataba de impedirlo, jamás escuché una buena noticia para mí ¿Qué me queda entonces por hacer si no hay esperanzas de que todo eso cambie?, Me he convencido ya que en este mundo y en esta vida, no hay un lugar para mí.”

Sus lágrimas no cesaban; recordó todo lo bueno y lo malo que había hecho, recordó a su mujer y que nunca tuvo un hijo; todas sus aspiraciones y sus sueños estaban sobre su cama esa noche, llorando junto con él, marchitas y resignadas a jamás realizarse.

Se levantó, y de su buró tomó un arma de fuego y se aseguró que tuviera un sólo tiro, uno sólo bastaba para sus intenciones, porque desde esa mañana, desde que se levantó, él sabía lo que iba a hacer y ya no había tiempo para arrepentirse.

Durante un momento acarició el arma y la santiguó, no es que tuviera miedo a morir, pues estaba ya resuelto a disparar y acabar con su miserable vida, pero quería darle a ese momento algo de solemnidad.

El momento llegó, ya todos dormían, él tenía una cita con la muerte esa noche, y él nunca llegó tarde a ninguna cita...

Hizo un último análisis de la situación y confirmó sus intenciones; vio con avidez a su alrededor y respiró profundamente; fijó su vista en una fotografía de la familia completa, y no dejaba de llorar amargamente, pero quiso que lo último que viera fuera algo agradable, algo que valiera la pena, así que no la perdió de vista y puso el cañón en su sien.

En ese momento, en toda la casa se escuchó un gran suspiro y después... una detonación que despertó a todos...

Su madre abrió los ojos y sin haberlo visto supo que se trataba de él. Casi desnuda llegó hasta la habitación de su hijo y lo vio ahí, tirado en el suelo, con la cabeza deshecha sangrando profusamente, y sus ojos llorando una gran tristeza; la impresión fue brutal, gritaba sin control, enloqueció y luego se desmayó con la esperanza de que al despertar todo se tratara de una mala pesadilla, no fue así. Los perros de los vecinos ladraban asustados con el disparo que rompió el silencio de la noche y alertó su instinto de vigilantes nocturnos.

De inmediato, alarma en toda la casa y después en todo el vecindario, la policía acordonó el área para poder hacer las investigaciones, las que concluyeron en que se trataba de un típico suicidio, “Fue presa de una fuerte crisis depresiva” dijeron las autoridades, resumiendo así de fácil todos sus días de mala suerte y sufrimiento.

La alegría no visitó nunca más esa casa, su madre envejecía peligrosamente, su padre lloraba todas las noches donde nadie pudiera verlo, aunque su mujer siempre lo supo; sus hermanos cambiaron su actitud como nunca lo hicieron.

La habitación de aquel hombre fue derribada y en su lugar colocaron una hermosa fuente y un cuadro con la imagen de él, sonriendo.

Desde entonces, es común, de cuando en cuando, escuchar un lastimoso suspiro en toda la casa, que viene de donde está la fuente y la fotografía, y eso atiza el dolor de su desdichada madre, que hasta su muerte rezará por él.

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